domingo, junio 11, 2006

Porque la araña muerta tiene mucho más para contarnos

Ya tomé la decisión: voy a volverme esta araña que acabo de matar con un puño envuelto en pullover naranja, y a ver qué pasa.
Me tiro en el suelo, sin dejar de ver a mi araña, ahora una especie de grabado sobre la pared. Me tengo que conectar con ella, con su esencia de bicho atrapa-bichos, con su capacidad de moverse por lugares imposibles para mí. Tengo que hacer uso de mis sentidos. Y la visión, se sabe, es el más prestigioso de los sentidos. Pero no sirve: por más que la mire y la mire, yo sigo siendo yo y la araña sigue siendo un dibujo en la superficie blanca y fría que son los muros de mi prisión hogareña.
Tal vez si la toco pueda transformarme en ella. Me da un poco de asco tocarla, esa es la verdad. Pero al final pienso que tengo que intentarlo y apoyo un dedo índice en esa mancha negra con patas. Cierro los ojos, me concentro, recuerdo las palabras de Tu Sam. Lo único que provoca en mí esta situación es pensar en el cuerpo muerto del bicho sobre el que tengo mi dedo. No va. No hay caso.
¿Y si la huelo? El olor de la pared, casi recién pintada, domina al olor ácido, pero casi imperceptible, de la araña.
Bueno, la oigo... qué ridícula, cómo la voy a oír, si está muerta no puedo.
¿Chuparla? Ni pensarlo, aunque... si quiero lograr algo... con un lengüetazo seguro la atravieso, partículas de araña en la boca, sensación de repulsión y decepción. Para nada tanto esfuerzo.
Y, finalmente, tendré que creer en el sexto sentido que, dicen, tenemos todas las mujeres. Entonces, la intuyo. Y sí, ahí está, ahí estoy, una araña con dos piernas y dos manos que no logra transportarse a lo largo de la pared y por el techo. Una araña que me odia y trata, en este instante, de hacerme probar suerte en la pared externa del piso once de mi edificio.