viernes, enero 12, 2007

Una nube vertical

Yo no quiero que ese payaso me absorba lo poco que me queda de cerebro. No me gusta que venga un tipo con sombrero y cachetes con colorete y me rompa la cabeza contándome boludeces. Harrrrrrta estoy de todo eso.

Y pienso que si viniera una nube vertical que traspasara el agujero ese de la carpa, del que se debe haber escapado más de un trapecista, y esa nube vertical bajara hasta frenar tan sólo un poco más arriba de mi cabeza y me invitara a agarrarla, yo lo haría con todo gusto.

Así

Bajaría

La

Nube

Vertical,

Cada

Vez

Más

Abajo

Y

Más

Abajo

Cada

Vez

Y entonces la agarraría. Bien fuerte, por ahí con un poco de miedo. Y mamá y papá me mirarían espantados, y mi hermano se reiría un poco, y mi hermana se sonreiría y lo frenaría a papá, que estaría gritándome.

Y

Cada

Vez

Más

Arriba

Y

Más

Arriba

Cada

Vez

Subiría

Con

La nube

Vertical.

El agujero no sería un problema, apenas rasparía mi rodilla. Seguro que la gente se quedaría mirándonos sorprendida, tal vez pensando que esto ha resultado ser un condimento para una noche más que predecible. Posiblemente en ese momento empezarían a disfrutar realmente del espectáculo.A mí, la verdad, no me importa. Porque de golpe me encontraría volando en una nube vertical al aire libre, en vez de saltar de acá para allá con una lona como límite.

Eso sí: me quedaría pensando en la reacción del payaso, del domador, del acróbata. En la del equilibrista, del trapecista, del presentador. Tal vez, querrían traer a tierra a los espectadores (que se sentirían volando conmigo en la nube vertical) y jurarles que fue parte del show. Y más de un espectador lo creería. Pero mi familia saldría corriendo para verme, y creo que muchos los seguirían. Y el payaso se sentaría en la pista, junto a algún mono, para derramar un par de lágrimas.

La verdad, no odio tanto los circos. Pero cómo me gustaría poder volar agarrada a una nube vertical.

martes, enero 02, 2007

La palabra correcta

Ella se acerca a mí, con la cara llena de acné, porque es todavía joven. El delantal blanco, con puntilla y bolsillo canguro, parece moverse solo encima de ella. Se arrima, preocupada y me pregunta bajito:
- ¿Por qué no viniste ayer? Me pareció raro, vos nunca faltás.
- Se murió mi abuelo. – le digo, finito. Y ella no sabe qué decirme.
Un compañero, que hasta este momento fue para mí solamente una nuca, se da vuelta:
- ¡"Falleció", bestia!- me grita, indignadísimo, y vuelve a sus deberes.
Yo le grito, también, pero es como si no me saliera nada. Apenas unas pocas palabras que ahora, casi trece años después, las recuerdo como inventadas.