martes, noviembre 29, 2005

lunes, noviembre 28, 2005

Las manos mágicas



Como se verá, he descubierto chiche nuevo en esto que se llama blog.

Acá Caro y Valen saludan desde algún lugar en Bahía Blanca.

domingo, noviembre 27, 2005

En el Palacio del Kitch

En esta foto podemos apreciar una gran cantidad de objetos que podrían encontrarse en muchas casas de veraneo. Pero se trata de una única casa, un departamento marplatense.
Sí, el bonsai con un pelo teñido enganchado (que no se ve bien) es interesante, al igual que la pluma de pavo real (falsa y como, ugh, húmeda) o las sandalias de goma y plataforma con motivo de flor en plástico. Pero, realmente, yo me quedo con el espejo de marco símil bronce, en papel corrugado fucsia, y flores y mariposas plásticas "haciendo juego". MI hermana desentona un poco con el ambiente, y yo... creo que no.

jueves, noviembre 24, 2005

Historia del gallo por partes/II

Riña de gallos

Gran contienda se establece entre los dos gallos. En una esquina, el viejo, peso pluma, de la otra, el nuevo, pluma pero de ganso. El viejo, sentado en una silla rota abandonada en el granero, el otro, en un cajón de fruta, los dos con las patas cruzadas y fumando cigarrillos con envoltura de chalas de maíz.
-Al fin de cuentas, era necesario que las andadas del amo se descubrieran alguna vez. Está mal pretender a la mujer de otro. ¿Qué conciencia moral tiene ese hombre?- argumenta el gallo viejo.
-Ya sabés que Locke sostiene que no hay nociones morales eternas, que la conciencia es la opinión que nosotros tenemos de la rectitud moral de nuestras acciones. Si a él le parece que lo que hace está bien, ni vos ni nadie puede contradecirlo... Además, sos el menos indicado para hablar, porque todos saben que Cocoquita te mueve el piso, y ella es casada y con hijos (1). Además, estás al servicio del amo, no podés cuestionar sus acciones y actuar en consecuencia, obteniendo a la vez rédito por trabajar para él. – responde el nuevo.
-¿ De qué rédito me estás hablando, de unas pocas semillas prácticamente incomibles?
-Bueno... en definitiva es como dice Kant: el valor moral de una acción reside únicamente en el principio por el cual se la realiza, no en aquello que se quiere lograr. No debés trabajar por la recompensa, sino porque trabajar supone un esfuerzo valioso en sí. El deber, amigo, el deber y la buena voluntad...
-¿Vos, bicharraco obsecuente, me vas a decir eso? Además, para Kant también es un deber asegurar la felicidad propia. Por otra parte, no es leal reemplazar a alguien que ha estado a tu servicio por años sin darle una oportunidad para enmendarse.- evidentemente nuestro héroe ha desistido de sus antiguos propósitos revolucionarios.
-¿Cómo confiar después de algo así? El amo no es tonto, conoce las debilidades de los gallos, como la de querer cantar a las cinco, así que es lógico que haya querido reemplazarte, por miedo a que reincidas. Vos mismo dijiste: es un deber asegurar la felicidad propia, pues el que no está contento con su estado puede ser víctima de la tentación de infringir sus deberes. Mejor entonces que vos te dediques a ser feliz y que el amo haga lo propio.
-¡Cortala con Kant!¿vos no podés cometer el mismo error que yo?
-Lo veo poco probable.
-¡Ay, sí, ay, sí! Ya vas a ver en un par de meses cómo te va a tratar ese delincuente. Ahora porque sos nuevo.
-No lo creo, jamás me he tenido que quejar en mi vida, no me va a pasar ahora. Además, mirá el lado bueno. Por lo menos no te pasó lo mismo que al gallo de un amigo de Mirta I., mi antigua dueña, que lo dejaron de lado por un cordero, un animal tan estúpido...
Se escucha, entonces, la voz del Chancho Estévez:
-¡Che, cortenlannn! No se hagan los erupditos acá. Qué sabrán de la filosofía y esas cosas, si son unos truchos ustedes dos...
Como el chancho Estévez es muy respetado en el ámbito de la granja de Antolino Martín, los dos gallos se callan.

(1) Véase Sánchez Pujol, Héctor, "Cocoquita la gallina mamita", Bs. As., Editorial Sigmar, 1988, con ilustraciones de Chikie.

jueves, noviembre 10, 2005

Historia del gallo por partes/I

(Siguiendo la línea de la amiga de la casa, Pillow of winds, acá va una historia en partes. Con la parsimonia que me caracteriza, la iré completando)

Rebelión en la granja

Antolino Martín, un granjero de pro, tiene amoríos con una señora casada de una hacienda de por ahí. Por eso, aprovecha las mañanas, que es cuando el marido se va a la ciudad, para hacerle alguna que otra visita.
Como a Antolino le gusta mucho dormir, tiene el hábito de ponerle cuerda a su gallo para que kikiriquee recién a las nueve y media, y así poder ir a ver a la señora a las diez, hasta las doce, porque a las doce y cuarto llega el marido. Al gallo le revienta tener que kikiriquear tan tarde, cuando los otros gallos lo hacen a las cinco, porque es la hora en que las gallinas se ven peor (les encanta burlarse de las gordas) y además porque no les gusta dormir demasiado. Este gallo se despierta temprano, esa costumbre no la modifica ni loco, pero se aburre como un clavo en caja de herramientas hasta las nueve y media. Y detesta la ansiedad que le provoca tener el kikiriqueo a flor de piel todo ese tiempo.
Un día dice basta, basta de tanta opresión, de tanto laburo para un tipo que solamente le da unas pocas semillas mugrosas dos veces al día y decide empezar a kikiriquear a las cinco, como Dios manda.
Después de que esa noche el granjero le pone cuerda y se mete en su casa, el gallo le pide a un pato que cambie la hora. Con un poco de dificultad (el bicho debe realizar la operación con su torpe pico de pato), se logra modificar el horario para las cinco. Así es como nuestro héroe por primera vez en mucho tiempo (sí, hubo tiempos mejores...) canta cuando se le canta.
Antolino se levanta al escucharlo, y, como tiene confianza en el funcionamiento de su gallo, se prepara y se va, a pesar de que le extraña que el día esté un poco más oscuro de lo usual. Debe ser el sol el que no anda muy bien que digamos. No puede comprobar la hora que es porque jamás le gustaron esos avances tecnológicos como los relojes, que al final son puro aparato y de ninguna manera se asemejan a un recurso de la naturaleza, aunque el sol haya tenido algún desperfecto esta vez.
Así que, cuando llega a eso de las seis a la hacienda, entra sin golpear para darle una sorpresa a la amada y se encuentra con el esposo preparando el desayuno. Lógicamente, este señor no es ningún tonto, y ya de entrada se aviva cuando lo oye gritar a Antolino desde afuera "¡mi princesita, mi princesita!". Lo saca a las patadas de la casa, el muy celoso, y le advierte que nunca vuelva a pisar su propiedad. Antes de salir despedido, el granjero alcanza a verificar la hora en el reloj de la cocina: son las seis menos cinco.
Cuando llega a su casa, comprueba que el gallo cantó mucho más temprano de lo previsto y seguro de no haber sido él quien se equivocó al ponerle cuerda, decide comprar uno nuevo, reticente aún a adquirir un despertador.
El gallo se lamenta la llegada del nuevo compañero, más joven que él, más vistoso y al que Antolino Martín, el granjero de pro, le prodiga grandes cuidados. Sufre por tener que competir por las gallinas y por seguir comiendo semillas podridas mientras que al otro le dan de esas con gusto a tutti-frutti. Y lo que más le duele es que tiene vedado kikiriquear a fuerza de una expulsión o de servir de cena de fin de año.