martes, diciembre 19, 2006

Persecución

El tipo corría. Sabía que lo seguían, y no miraba atrás. Saltaba los charcos como nunca antes lo había hecho, un par de veces trastabilló y la zafó de manera elegante, no atendió a un par de personas que pasaban y que lo llamaron porque lo conocían. Nada, solamente correr y escaparse y correr y escaparse. Sin mirar atrás.
Los cordones se le desataron. Él lo notó, pero no paró, porque lo iban a agarrar. Así que era triple el riesgo: el peligro de ser perseguido, el peligro de tropezar irremediablemente y el de pisar cualquier cosa.
Empujaba todo. Solía pedir perdón cuando le ocurrían cosas como ésta. Pero al carajo con la cortesía si por eso podía morir.
Entonces creyó escuchar: el perseguidor lo nombraba. Y le gritaba. El otro le avisaba que estaba detrás, que tarde o temprano iba a alcanzarlo, y él tuvo que redoblar sus esfuerzos.
Ahora le dolía ahí, en el costado, el bazo. Ya no podía más. Sentía una molestia aguda en la garganta, las piernas acalambradas, hasta los ojos irritados. Iba a parar, lo sabía, bastante había aguantado.
Y eligió una esquina linda para detenerse. Una esquina con un árbol con flores. "Bueno, acá está bien. Que sea acá". Se dio vuelta, era puro jadeo, y miró, buscando a quien lo seguía. Cómo reconocerlo. Al menos quería saber a quién estaba esperando. Y los que venían caminando hacia él lo miraban extrañados, y algunos ni siquiera eso, algunos ni lo miraban. Nadie se le acercaba, pero él sabía que su perseguidor había estado pisándole los talones. Y más hacia el final, cuando él había tenido que disminuir la velocidad para ver si aguantaba un poco más. Por eso no entendía, por eso no concebía estar parado, esperando ser aprehendido, y que el enemigo no llegara.
Pasaron cinco minutos. Se preguntaba qué habría pasado si, en vez de esperar todo ese tiempo, hubiera salido caminando. Ahora era tarde, el perseguidor tenía que estar muy cerca.
Pasaron dos minutos más y nada, la gente se le aproximaba, pero continuaba su camino. Entonces comenzó a pensar que ya no lo estaban siguiendo. Es más: pensó que tal vez nunca lo habían seguido, que quizás había sido producto de su imaginación, retorcida generalmente y poco avezada cuando tenía sueño.
Suspiró y, mucho más tranquilo, se imaginó una sopa y la cama mullida. Se dio vuelta y dio un paso. Y ahí fue cuando sintió una mano apoyarse en su hombro.
- Te caché.- dijo una voz ronca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

sí, la similitud, por momentos, es sorprendente. el tuyo con más estadíos en todo el proceso paranoico: me persiguen, me entrego, no me presiguen, me salvo, me agarran finalmente.

me hizo acordar cuando fui agarrado una vez (yo, blanco) después de correr dos cuadras, una noche; me tiré al piso antes de ser agarrado porque mi perseguidor estaba muy cerca, en aguado y zelarrayán.

Anónimo dijo...

Cuando era chica vivía en un barrio donde tenía una barrita de amigos. Todas las tardes, especialmente las del verano, a la hora de la siesta teníamos una especie de ritual. salir a jugar al ring raje. Tocar los timbres de las casas, salir corriendo, sentirnos perseguidos, llegar a la esquina, escondernos, esperar que salieran a mirar... y ahí venían las risas pícaras por tal travesura. siempre y cuando no nos cachasen, claro.